Para los charrúas, como para todos los pueblos de pampa,
pradera y serranía, el Cielo nocturno con sus constelaciones estaba poblado de
memorias y profecías.
Las estrellas que llamamos “Tres Marías” eran para ellos
el signo de una historia aún inconclusa. Según esta historia, los tres astros
alineados son las piedras pulidas que componen un arma arrojadiza: un boleadora
“de tres” que había levantado vuelo.
Lai Detí llamaban a esta constelación. El nombre
proviene de “lai”(bola arrojadiza) y “detí”(tres,en su numeración).Pero de sus
relatos no queda claro si las estrellas son las boleadora que sigue
volando aún y deslazándose de forma imperceptible para nosotros, o su
recuerdo, o su preanuncio.¡Son tan diferentes los tiempos del Cielo!
La leyenda
Dicen que en tiempos de Magalona y Yandinoca un
joven guerrero charrúa llamado Huatí estaba como embrujado por el amor de
una muchacha de una comunidad vecina.
El nombre de la muchacha era Ukái.
Ukái le dijo a Huatí que antes de casarse con ella
debía traerle el Arco iris.
Todos sabían que el Arco iris anuncia la pureza de las
aguas que están al pie de su arco y que alcanzándole se obtiene la eterna
felicidad; pero eso es casi imposible.
Ukaí pensaba que sólo el amor extraordinario de un
joven como Huatí podía llegar hasta el Arco iris, y en realidad el pedido que
le hizo no fue un rechazo a su pasión sino una solicitud casi ingenua de rodear
su afecto ya correspondido por un ámbito de felicidad para todos los suyos.
Huatí planeó dos viajes.
En el primero fue a pedir apoyo a los espíritus, ayunando
en lo alto de un cerro ritual para encontrar compañeros espirituales de viaje.
No descendió hasta saber en qué sueños, en qué animales o fenómenos naturales
se incorporarían estos compañeros invisibles para darle mensajes.
Después partió en su segundo viaje advirtiendo que
empezaba la estación de las lluvias, que es la favorita para que el Arco iris
enseñe en lontananza su esquivo pie. Al cuarto día lo alcanzaron las lluvias y
sólo al quinto día apareció el primer Arco iris.
Era un Arco iris que aparecía y desaparecía, borroso y
desdibujado, pero Arco iris al fin.
Nadie corre como el charrúa, y ningún charrúa corría
como Huatí,y nunca Huatí corrió tanto como aquella vez. Llegó a tierras
desconocidas pero el Arco iris estaba tan lejos como al principio.
No es corriendo pensaba angustiado; no es corriendo.
Entonces, ¿cómo?.
En sueños le dijeron los espíritus que no se alejara más,
que emprendiera el regreso. Que el Arco iris está igualmente lejano e
igualmente cercano en cualquier dirección en la Huatí avanzara.
Volviendo a la aldea caminó bajo la lluvia y entonces
apareció un Arco iris intenso, de una luminosidad extraordinaria.
Pero ahora no corrió. Hizo girar el ladetí sobre su
cabeza.
Las tres bolas de piedra, de perfecta esfericidad,
silbaron como víbora amenazante y salieron despedidas, gozosas por el aire,
buscando el Arco luminoso.
Todos saben que cuando se arroja un una boleadora ésta no
se desplaza en forma directa hacia el animal que busca atrapar sino que realiza
un vuelo parabólico. Se eleva primero, siempre girando, y luego la curva de su
trayectoria regresa al suelo mientras su sombra sobre el pasto describe un
viaje perfectamente rectilíneo.
Por eso la boleadora necesita de pradera, donde el
ñandú que huye o el potro que escapa, corren por trillos que son también
rectilíneos, permitiendo prever dónde estarán, cuando la ladetí los alcance;
cuando seguramente los alcance.
Huatí lanzó su boleadora hacia lo alto y
entonces, por un raro hechizo, quedó hecho estatua de piedra. Allá a lo lejos,
donde estaba Ukái, la aldea entera quedó paralizada en el tiempo y hecha piedra
también. En cambio la boleadora se elevó, girando hacia el cielo azul, y
aunque su vuelo se enlenteció, siguió elevándose.
Llegó la noche, una noche hermosa y despejada, y las
piedras de las boleadoras se alinearon como puntos luminosos entre las
otras estrellas. Algunos las llaman Las Tres Marías, otros pueblos las llamaron
“El cinturón de Orión”.
La boleadora de Huatí continúa su viaje cósmico,
pero los tiempos del Cielo son diferentes, y sus piedras parecen fijas, con
eterna quietud.
Sólo parecen fijas. Los ancianos insisten en que toda
quietud es ilusión.
Pasaron los años para los pájaros y para las plantas. Las
siluetas de la comunidad hecha grupo de piedra fueron conformando suaves
serranías; ahora son un lomerío pequeño y pedregoso que permite adivinar
todavía la forma de los ranchos, la gente sentada o de pie, los niños jugando,
todos paralizados allí donde los sorprendió el hechizo.
Podemos adivinar sus formas dormidas; sólo hace falta que
sea de noche y reparemos en las irregularidades del lomerío y no en
los colores de los macachines y los arbustos criollos que las recubren.
La silueta solitaria de Huatí, muy lejos, se advierte como
inmensa piedra inexplicable en una zona donde no afloran otras formaciones
rocosas.
La boleadora viaja, en movimiento imperceptible, por los
desconcertantes tiempos del Cielo.
Si el lanzamiento de huatí es certero, algún día todo
renacerá y él podrá amar a Ukái y en ella al Universo.
Nos va la vida en ello. Todos necesitamos que las Tres
Marías se enlacen enamoradas en el Arco iris.
EXTRAÍDO DEL LIBRO
“MITOS, LEYENDAS Y TRADICIONES DE LA BANDA ORIENTAL”AUTOR: GONZALO ABELLA
“MITOS, LEYENDAS Y TRADICIONES DE LA BANDA ORIENTAL”AUTOR: GONZALO ABELLA
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